SEGUNDO DÍA: JESUCRISTO RESUCITADO, SEÑOR DE LA ESPERANZA

LECTOR: Alabado sea Jesucristo, que se entregó por nosotros.
TODOS: POR TU SANTA CRUZ Y TU SAGRADA RESURRECCIÓN NOS HAS SALVADO, SEÑOR.

L: La esperanza no podía ser vencida. Tú, Señor, nos habías dicho que Dios era como un padre que está pendiente del camino esperando al hijo y, nada más verlo, corre para abrazarlo. Después de tu muerte, Señor Jesús, Dios Padre salió a tu encuentro y os unisteis en el abrazo profundo y eterno de la Resurrección. Ahora sí sabemos cuál es nuestro destino. Ahora sí sabemos que la guerra, la pobreza, la muerte… no tienen la última palabra. Ahora sí, Jesús Resucitado, tenemos una auténtica esperanza.

MEDITAMOS EN SILENCIO

L: Porque resucitaste lleno de vida y levantaste al mundo entero de su postración,
T: TÚ ERES, SEÑOR DE LA RESURRECCIÓN, NUESTRA ESPERANZA.

L: Porque has hecho que el hombre recuperase la libertad perdida por el pecado,
T: TÚ ERES, SEÑOR DE LA RESURRECCIÓN, NUESTRA ESPERANZA.

L: Porque nos has rescatado de la muerte y nos has dado la Vida verdadera y eterna,
T: TÚ ERES, SEÑOR DE LA RESURRECCIÓN, NUESTRA ESPERANZA.

L: Porque siempre estás a nuestro lado y nos enseñas el camino hacia Dios,
T: TÚ ERES, SEÑOR DE LA RESURRECCIÓN, NUESTRA ESPERANZA.

L: Porque nos has invitado a formar parte de tu Cuerpo, que es la Iglesia, y nos has encargado transmitir al mundo la alegría de tu Resurrección,
T: TÚ ERES, SEÑOR DE LA RESURRECCIÓN, NUESTRA ESPERANZA.

L: Es justo alabarte, Señor,
por haber resucitado de entre los muertos
y por hacernos partícipes de este triunfo.
Te alabamos, Señor, por la fuerza que has puesto en nosotros,
que nada ni nadie podrá ya apagar.
Igual que por tu Santa Cruz y tu Sagrada Resurrección fue vencida la muerte,
serán vencidos la oscuridad y el pecado.
Te bendecimos, Señor, por este luminoso futuro
y por esta Esperanza, que nadie podrá arrebatarnos.

T: PADRE NUESTRO…

L: Bendigamos al Señor.
T: ALABADO SEAS, SEÑOR DE LA RESURRECCIÓN, POR HABERNOS DEVUELTO LA ESPERANZA.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO (Mt. 18, 21-35)

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:

«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:

«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.

Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”.

El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.

Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”.

Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Palabra de Dios