Nuestra Señora de la Aurora

Pasados unos años desde la fundación, la Junta de Gobierno decide sustituir la imagen mariana titular no porque buscara una nueva, sino porque por azar la encuentra: un oficial de Junta, Manuel Rodríguez Hidalgo, visita el taller de Antonio Joaquín Dubé de Luque (Sevilla, 1943), quien le muestra la cabeza en cedro de una imagen de dolorosa destinada a una futura hermandad extremeña de la Entrada en Jerusalén; algo ve en ella pues vuelve con el Hermano Mayor y éste convoca otro día a la Junta en pleno en el taller. Tras un debate, y una votación secreta, se propone al Cabildo General, que lo acepta, el cambio de imagen titular. El artista retoca la policromía buscando determinados efectos, talla manos y candelero (éste en pino) y entrega a la Hermandad una imagen que se bendice el 29 de octubre de 1978.

La diferencia -y razón del cambio- respecto a la primitiva es que, mientras en ésta únicamente puede contemplarse a la Madre al pie de la Cruz (uno solo de los aspectos del misterio pascual), la imagen de Dubé consigue comunicar con la precisión deseada la propuesta devocional de la Hermandad, contenida en sus Reglas (10.4):“”En Santa María de la Aurora, el Hermano reconoce a Aquélla que (…) fuerte en la fe incluso en el Calvario, contempló de antemano el día de la luz y de la vida.””

Es esta presencia llena de fe de María no sólo en el Gólgota, sino también y sobre todo en la contemplación anticipada de la Resurrección (en referencia, pues, al misterio pascual completo) el rasgo que se quiere sea leído en esta imagen mariana: “Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María «es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección». La espera que vive la Madre del Señor (…) constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.” (San Juan Pablo II)

Esta reflexión queda cabalmente refrendada por las palabras del propio imaginero cuando explica los cambios que introduce en su talla tras ser adquirida por la Hermandad: “Quise reflejar en la boca y en la mirada un gesto como de esperanza, o mejor dicho, un sentimiento de resurrección, porque si la Virgen fue corredentora en la pasión, lógicamente en la resurrección se tenía que haber sentido ella también partícipe. Más que entre el dolor y la alegría, es que es una Virgen que, tras el abatimiento y esa soledad enorme de pensar, como humana, que su Hijo estaba en el sepulcro (aunque ella tendría la confianza de que Él resucitaría), entonces en ese momento de meditación de la Virgen es en el que empieza a presentir la Resurrección de Cristo.””

Formalmente, nos encontramos con una nueva recreación del rostro ideal que Antonio Dubé, con las diferencias que cada caso requiere, busca desvelar en sus imágenes de María. Podemos reconocer una mano experta en el dibujo y segura en el modelado, que traza un rostro exento de tensión o dureza, impregnado de recogimiento y una paradójica introspección comunicativa que suele atraer poderosamente la atención del fiel, quizás por su naturalidad o por manifestar un profundo pathos (íntima emoción que despierta otra similar en quien la contempla) más allá de la aparente serenidad. Es evidente que estos rasgos ya están presentes en la imagen antes de ser escogida por la Hermandad; pero también está claro que la imagen es escogida precisamente por poseer tales rasgos.

La expresión de todos aquellos conceptos teóricos los confió el autor al retoque mediante la policromía de unos ojos grandes y vivos, una boca entreabierta de labios elegantes con comisuras de estudiado ángulo y unas mejillas sonrosadas, en el marco de una inclinación de cabeza asociable a la solicitud materna. Las veraces proporciones y el más que correcto estudio anatómico, con el añadido del característico hoyuelo de las obras del autor, presentan al espectador un rostro que se mece entre lo ideal y lo real, orientado a evocar las emociones deseadas tanto por el imaginero como por la Hermandad: no transmite dolor ni tampoco alegría plena (o, tal vez, un poco de ambos sentimientos dependiendo del ángulo de observación); claramente revela meditación, firmeza, esperanza y, entreviéndose, un naciente gozo interior.

Se la atavía con vestiduras regias, con corona o diadema, salvo en cuaresma, que es vestida de hebrea; por su referencia y asociación al misterio pascual, en cuaresma (y noviembre) suele llevar pañuelo en la mano derecha (en ocasiones sostiene corona de espinas), mientras que el resto del año porta una rosa en la mano derecha y rosario en la izquierda.

Ilustre y Lasaliana Hermandad Sacramental y Cofradía de Nazarenos de la Santa Cruz, Sagrada Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, Nuestra Señora de la Aurora, María Santísima del Amor, San Juan Bautista de La Salle y Santa Marina..

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